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Perdieron a sus seres queridos a causa del covid-19. Luego volvieron a saber de ellos

Nunca se les acabaron las cosas de las que hablar. Era obvio desde el principio.

 

Él era un antiguo pescador de langostas de Maine, musculoso y con un barítono potente. Ella era una pelirroja con pecas de Wisconsin que trabajaba en reclutamiento para empresas. Hablaban de todo, desde películas de ciencia ficción y su amor por Bon Jovi, hasta si la trilogía cinematográfica de El Señor de los Anillos hacía justicia a los libros de J.R.R. Tolkien. Él le pidió permiso para besarla en su primera cita. Ella dijo que sí.

Cuando Ian y Michelle Horne se casaron, él llevó una corbata morada el día de su boda porque era el color favorito de ella. Con el paso de los años, se hicieron tatuajes a juego y se pusieron apodos de la película The Princess Bride. Él la llamaba princesa «Buttercup» y ella le llamaba «Farm Boy Wesley». Hicieron planes para visitar Irlanda este año y celebrar las raíces irlandesas de ella.

Luego llegó la pandemia. El otoño pasado, tras una larga batalla, Michelle Horne murió por complicaciones causadas por el covid-19. El «superpoder» de Ian Horne, como él la llamaba, había desaparecido. Llevaban casi 10 años de casados.

Pero poco después de la muerte de su esposa, el locutor de radio matutino de Wichita, Kansas, se preguntó si Michelle seguía hablándole.

Iba a su trabajo en la oscuridad poco antes del amanecer cuando vio algo extraño. Unas dos docenas de lámparas que rodeaban la autopista se habían vuelto de color morado. Parecían un collar de perlas de color lavanda brillando en el cielo nocturno.

Michelle e Ian Horne. La pareja estuvo casada casi 10 años.

Ian Horne lo tomó como una señal.

«Michelle sabía que esa era mi ruta al trabajo que tomo todas las mañanas y era la ruta que ella tomó en su último viaje al hospital», dice Horne, que presenta su programa matutino en 101.3 KFDI como «JJ Hayes».

«Recuerdo simplemente sonreír y sentirme muy emocionado con la idea de que Michelle estaba cerca», agrega.

Los encuentros con seres queridos fallecidos no son inusuales

La pandemia de covid-19 ha matado ya a más de 600.000 estadounidenses. Muchos de nosotros nunca tuvimos la oportunidad de abrazar o despedirnos de los seres queridos que murieron solos y aislados en las salas de los hospitales por temor a la propagación del virus.

Pero hay otro grupo de supervivientes de la pandemia que dicen que se les ha concedido una segunda oportunidad para despedirse. Son personas que, como Horne, creen haber sido contactadas por un ser querido que murió por el coronavirus.

Estas experiencias pueden ser sutiles: parientes que aparecen en sueños hiperrealistas, un repentino olor a fragancia que llevaba un ser querido que se ha ido, o un comportamiento inusual de los animales. Otros encuentros son más dramáticos: sentir un toque en el hombro por la noche, escuchar una advertencia repentina de un ser querido o ver la forma completa de un familiar recientemente fallecido aparecer a los pies de la cama.

Estas historias pueden parecer inverosímiles, pero en realidad forman parte de un patrón histórico. Hay algo en nosotros —o en nuestros seres queridos perdidos— que no acepta no poder despedirse.

Y siempre que hay una tragedia masiva, como una pandemia, una guerra o un desastre natural, se produce el correspondiente aumento de informes de personas que ven a los muertos o intentan contactar con ellos.

Después de tragedias masivas como guerras, muchos estadounidenses han recurrido a las tablas de ouija en un intento de contactar con los seres queridos fallecidos.

La pandemia de gripe de 1918 desencadenó una «moda del espiritismo«, cuando los estadounidenses recurrieron a las sesiones de espiritismo y a los tableros de ouija para contactar con sus seres queridos fallecidos.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se produjo una oleada de personas que informaron de avistamientos e incluso de conversaciones con aquellos que habían fallecido.

Cuando un tsunami impactó Japón en 2011, causando la muerte de al menos 20.000 personas, fueron tantos los habitantes de Ishinomaki que informaron de haber visto aparecer a sus seres queridos que se hizo un libro y un documental sobre esta ciudad de fantasmas deambulantes.

«Este tipo de reportes son normales en mi mundo», dice Scott Janssen, un autor que ha trabajado durante años en el campo de los hospicios y estudia estas experiencias. «Tendría sentido que en una pandemia u otro acontecimiento que provoque muertes masivas haya un aumento numérico de informes y experiencias, dado el dolor y el trauma compartidos».

Estas experiencias son tan comunes en el ámbito psicológico que existe un nombre para ellas: ADC, o «comunicaciones después de la muerte» (del inglés «after death communications»).

Investigaciones sugieren que al menos 60 millones de estadounidenses tienen estas experiencias, y que se producen en todas las culturas, creencias religiosas, etnias y niveles de ingresos. Muchos de estos encuentros se producen en el estado crepuscular entre el sueño y la vigilia, pero otros han sido relatados por personas que estaban despiertos.

Bill Guggenheim, coautor de Hello from Heaven, un libro que explora las ADC, cree que hay un propósito espiritual detrás de las visitas.

«Quieren que sepas que siguen vivos y que te reunirás con ellos cuando te toque dejar tu vida en la Tierra», escribe. «Quieren asegurarte que estarán allí para recibirte y saludarte, y quizás incluso para ayudarte, cuando hagas tu propia transición».

Un encuentro en el comedor con una tía amada

Las ADC pueden cumplir otra función en el mundo tras el covid-19: tranquilizar a las personas que no pudieron estar al lado de sus seres queridos cuando murieron.

Pensemos en la historia de Jamie Jackson, una directora de oficina que vive cerca de Gettysburg, Pensilvania, y su amada «tía Pat».

La tía de Jackson murió de un ataque al corazón el verano pasado, tras las complicaciones por covid-19. Jackson dice que su tía era como una madre para ella, alguien con quien pasaba los veranos y a quien acompañaba al hospital en sus visitas médicas de rutina.

Pero cuando su tía enfermó de covid, Jackson no pudo visitar el hospital para tranquilizarla.

«Eso fue lo más duro», dice Jackson. «No puedes despedirte y no puedes estar allí como defensor de tu ser querido, lo cual es difícil porque tienes a alguien que está en el hospital, que está asustado y no está acostumbrado a estar solo».

Los guantes que llevan los portadores del féretro se colocan sobre el ataúd del agente retirado Charles Jackson Jr., quien murió a causa del covid-19 en abril de 2020 en Los Ángeles. Las restricciones por el covid-19 impidieron a muchos despedirse en persona de sus seres queridos.

Sin embargo, siete meses después, Jackson dice que volvió a tener noticias de su tía.

Era diciembre, y Jackson estaba colocando adornos navideños en la casa mientras Bing Crosby cantaba villancicos. La Navidad era una de las fiestas favoritas de su tía y le encantaba decorar. La papelera de Jackson estaba llena de los mismos adornos que una vez pertenecieron a su tía.

Jackson dice que dejó la papelera en el pasillo para agarrar algo y, cuando volvió, vio una figura translúcida que se asomaba. Era la figura de una mujer menuda, con el mismo corte de pelo, color de cabello, y blusa blanca y pantalones azules que solía llevar su tía.

Jackson se quedó helada. Su corazón empezó a latir con fuerza. Huyó al comedor y se puso a llorar. Cuando regresó, la figura había desaparecido. Dice que era su tía.

«Fue abrumador», dice Jackson. «Es difícil de explicar con palabras. Me sentí conmovida. Es obvio que está por aquí y que me visita».

Una mano fría en un hombro y un olor a perfume

Algunos encuentros paranormales tras el covid son incluso más dramáticos. Una mujer dice que fue tocada literalmente por un ser querido que murió por complicaciones de covid-19.

Marie Pina enseña inglés como segunda lengua en Manitoba, Canadá. Dice que su madre, Inez, de 79 años, estaba a punto de salir del hospital el pasado noviembre cuando se produjo un brote de covid-19 en su sala. Dio positivo y fue aislada. Volvió a casa al mes siguiente, pero había perdido las fuerzas.

Unos cuatro meses después de su diagnóstico, su madre murió.

La mañana de la muerte de su madre, Pina dice que estaba en busca de sus zapatillas en su habitación cuando sintió una mano fría en su hombro. Se giró y vio a su madre sentada a su lado, con la mirada fija y sin expresión. Parecía 20 años más joven.

«Su tacto era frío, como si acabara de llegar de fuera», comenta Pina.

Miembros de una familia se reúnen para velar a un pariente fallecido en la funeraria Continental el 20 de diciembre de 2020 en el este de Los Ángeles.

Un día, no mucho después de esa mañana, Pina informó de otra característica clásica de un ADC. Estaba preparando una sopa de espinacas, una de las favoritas de su madre, cuando de repente olió la fragancia asociada a su madre: una combinación del perfume White Diamond y el fijador para el cabello Chi de su madre.

«El olor era muy fuerte», dice Pina. «Mi marido y yo nos quedamos en la cocina asombrados mientras mezclaba la sopa. Ambos podíamos olerlo. Duró aproximadamente cinco minutos antes de evaporarse».

Habla con las personas que han tenido estas experiencias, y muchas reconocerán que tal vez sus mentes crearon el episodio. Otros insisten en que las visitas fueron demasiado reales como para negarlas.

Jackson, que perdió a su tía, dice que es casi irrelevante si son reales o no. Su impacto es real, dice. Le hicieron sentirse mejor.

«Si necesitaba verlo y me hizo sentir mejor y eso fue todo, me parece bien», señala. «Le digo a la gente que si no quieren creerme, no pasa nada. No necesito dar explicaciones a otras personas».

Algunas visitas paranormales no son tan bienvenidas

Otras ADC son más escalofriantes. Algunas experiencias paranormales ocurren a personas que no se tranquilizan con ellas.

«A algunas personas les asustan estas cosas y, desde luego, no las buscan», dice Janssen, el trabajador del hospicio. «Para algunos choca con la visión del mundo o las creencias religiosas. Algunas personas reciben visitas de este tipo años después del hecho, cuando no están de duelo, o reciben visitas de personas con las que han luchado y de las que en realidad no desearían recibir una visita».

Muchas víctimas del covid-19 murieron solas en los hospitales, lo que impidió a los familiares cerrar el ciclo.

Las ADC espeluznantes también son comunes en tiempos de guerra. Las memorias de guerra están llenas de historias de veteranos de combate que informan de escalofriantes visitas después de la muerte de compañeros caídos o incluso de soldados enemigos que han matado.

En el clásico libro de memorias What It Is like to Go to War, Karl Marlantes, un veterano de Vietnam, escribió cómo el fantasma de un soldado norvietnamita al que mató le acechaba años después de su regreso a casa.

En un pasaje sorprendente, Marlantes relata cómo exorcizó el fantasma de su enemigo. Organizó una misa privada con un sacerdote a las 2 de la mañana en una vieja iglesia, donde dice que vio a los espíritus de los enemigos que mató y a los camaradas que murieron bajo su mando ocupar los asientos. Incluso sus difuntos abuelos aparecieron, sonriendo como si lo aprobaran.

Los psicólogos que trabajan con veteranos suelen escuchar este tipo de historias, dice Janssen.

«Llevo mucho tiempo en esto y considero que es un (fenómeno) casi universal que después de un enfrentamiento especialmente duro, en el que se pierden muchas personas de tu unidad, es inevitable que algunas de esas tropas reciban visitas de sus compañeros», cuenta.

Un inusual avistamiento de ave y un grito en la noche

Horne, el conductor de la radio, dice haber tenido otros encuentros después de la muerte de su esposa.

Poco después de su muerte, estaba sentado en la terraza de su patio trasero cuando un cardenal se posó en una rama frente a él. Los cardenales, según el folclore, suelen aparecer cuando los seres queridos están cerca. A Horne le llamó la atención el pájaro porque dice que los cardenales no suelen aparecer en Kansas en otoño.

Horne dice que ha tenido momentos en los que ha oído claramente a Michelle llamarle por la noche: «¡Ian, despierta!».

«Es como si ella estuviera en la habitación conmigo», dice. «Es suficiente para despertarme, y eso que tengo un sueño profundo y duro. Llámalo alucinación auditiva o lo que quieras, pero definitivamente la oigo».

 

Los mensajes percibidos de los seres queridos fallecidos pueden ser reconfortantes pero también inquietantes.

Ambas señales le reconfortan, en parte porque Horne recuerda cómo Michelle luchó tanto por vivir. Dice que su sistema inmunitario estaba debilitado después de que recibiera un trasplante de riñón hace varios años. Cuando llegó la pandemia, ambos temían lo que pasaría si ella se contagiaba del virus.

Después de que sus peores temores se hicieran realidad, Horne comenta que al principio parecía que Michelle sobreviviría. Tuvo que pasar una larga estancia en el hospital, que incluyó la colocación de un respirador artificial, pero fue dada de alta el pasado mes de octubre. Se esforzó por mejorar, pero hubo momentos en los que el optimismo natural de Michelle decayó.

Horne cuenta que una vez le dijo: «Soy una carga para ti. No te mereces esto. Deberías marcharte». Él seguía animándola en la fisioterapia. «Estaba en esto a largo plazo, para bien o para mal», asegura.

Sin embargo, el cuerpo de Michelle no tenía fuerzas para eso. Murió de un ataque al corazón el pasado octubre, con el cuerpo debilitado por el covid-19, dice Horne. Tenía 50 años.

La audiencia de Horne en la radio se ha unido a él. Ha compartido su historia al aire y ha aparecido en los periódicos locales. Le resulta catártico hablar de Michelle.

«Siento que una persona muere dos veces: una cuando tiene su muerte física y la segunda cuando dejamos de decir su nombre», dice. «Cualquier oportunidad que tenga para hablar de Michelle, la aprovecharé».

Lámparas de color morado en Wichita, Kansas, que Ian Horne cree que son una señal de su difunta esposa.

Sin embargo, de una manera extraña, puede que Michelle siga hablando con Horne, incluso después de haber visto por primera vez esas lámparas de color morado.

Cuando estaban casados, Horne desarrolló un ritual con Michelle. Ella se preocupaba por su seguridad al conducir hacia el trabajo en la oscuridad cada mañana. Cuando llegaba, él tranquilizaba a Michelle enviándole un mensaje de texto: «Estoy aquí. Te quiero».

Las luces moradas de Wichita siguen brillando. Horne sigue viéndolas en su trayecto matutino. Es como si Michelle respondiera con un mensaje similar.

No está seguro de cuánto tiempo permanecerán las luces moradas. Llamó a la ciudad de Wichita y atribuyeron las luces defectuosas a un lote defectuoso. Le dijeron que iban a sustituir las luces. No tiene ninguna prisa por que eso ocurra.

«Sinceramente, espero que no lo hagan», dice Horne. «Siempre creeré que Michelle las puso moradas. Que lo haya hecho o no, es algo que debe decidir el lector o el espectador. Pueden explicarlo… Yo creo que fue una forma en la que Michelle me acompañara en mi trayecto al trabajo.

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